lunes, 22 de noviembre de 2010

Vida de Miguel Hernández




MI PRIMER LIBRO SOBRE MIGUEL HERNÁNDEZ

El poeta del que os hablo se llamaba Miguel Hernández, y era de Orihuela, un pueblo situado al sur de Alicante y a pocos kilómetros del mar.
Nació en el otoño de 1910. Tenía un padre serio y mandón, una madre tierna y buena, un hermano mayor, Vicente, y dos hermanitas a las que quería y cuidaba: Elvira y Encarnación.
La casa donde vivían los cinco era grande y soleada.
Estaba junto a la sierra y tenía un gran corral para el rebaño de cabras.
No eran pobres, pero tampoco les sobraba nada para vivir.
Al pequeño Miguel le gustaba observar y encontrar la explicación de todas las cosas:
-¿Qué es aquello que brilla entre las hojas, padre?
-¡La luna, qué otra cosa iba a ser!
-¿Y esa voz que se escucha más allá de los árboles, madre?
-El viento que silba entre las ramas.
Pronto aprendió a leer, pero para nuestro poeta, la naturaleza era el mejor libro de todos.
Su primera escuela fue el mundo que le rodeaba: los animales, las plantas, el verano, los campos y los montes, el agua y el cielo.
Con solo siete años, Miguel ya conocía los principales secretos de la vida, incluso cómo venían al mundo los animales.
De hecho, no se perdió el espectáculo de ver nacer a Lucera, su cabra favorita.
Sin embargo, de quien más cosas sabía era de la luna. La miraba desde la ventana de su cuarto las noches limpias y claras.
La veía sola y redonda en medio del cielo, enfriando el monte, alumbrando los caminos...
Cuando cumplió siete años, a Miguel lo llevaron a la escuela.
Don Ignacio, el maestro, pronto fijó su atención en él, un niño de grandes ojos y de tanta inteligencia que era capaz de aprenderse de memoria todo lo que leía y escuchaba a su alrededor.
- Miguel es sensible, tiene talento y lee y escribe muy bien. Podría ser un gran poeta -pensó más de una vez don Ignacio.
Sin embargo, el padre del pequeño no quería que su hijo pasara muchos años en la escuela, de modo que llegó el día, en que Miguel tuvo que dejar los estudios y dedicarse a cuidar el ganado.
Aquello le llenó de tristeza y hasta lloró durante noches al amor de la luna, o durante el día, caminando con Lucera por el monte.
Como era un buen muchacho, cumplió con obediencia los deseos de su padre y se hizo pastor de cabras.
Pero no abandonó su sueño de ser poeta y de escribir versos para todos: para los niños y niñas sin escuela, para los hombres sin pan, para los campensinos pobres del mundo.
Le animaban y apoyaban sus amigos, sobre todo Carlitos Fenoll, Ramón Sijé y el pequeño Efrén.
Un día de primavera, radiande de sol, se fueron los cuatro a disfrutar de la montaña.
Miguel iba delante, con la mirada alta, clarísima, silbando y cantando.
Tras un largo camino, alcanzaron la Cruz de la Muela, el cerro que protege la ciudad de los vientos del norte.
Desde alli, los cuatro amigos parecían tocar el cielo, las nubes y las mariposas que rizaban el aire con sus vuelos de papel.
Entonces, Miguel, mirando la inmensidad del valle, no tuvo más deseo que volverse hacia Carlos, Ramón y Efrén y decirles:
-¿Queréis ver vuestra voz en un espejo?
-¿Existe un espejo donde se mire la voz? -preguntó Carlos asombrado.
-Desde luego -respondió Miguel.
Y dicho esto, hinchó los pulmones y gritó con todas sus fuerzas una palabra que lanzó a las montañas.
Solo unos segundos después, el eco, por tres veces, la devolvía con otra voz:
-¡Libertad ! ¡Libertad! ¡Libertad!
Miguel Hernández fue el gran poeta de la vida. Los versos que ponía en su cuaderno salían de su cabeza, pero sobre todo brotaban de su alma.
Su poesía atrae a los lectores de cualquier edad, de cualquier color, de cualquier familia y de cualquier país.
Miguel Hernández se marchó hace muchos años, pero gracias a ti, a lectores como tú, su voz se escucha, nueva y limpia, cada día.


Supongo que os habrá gustado. El libro se llama "Mi primer libro sobre Miguel Hernández" de José Luis Ferris, de la editorial Anaya. Está ilustrado por Max Hierro de una manera extraordinaria.

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